Teberio Santo sale de la escuela
sin zapatos, con las plantas negras de carbón y tierra;
sus harapos, roídos por polillas y ratones,
atufan a estiércol.
Todos nos reunimos frente a su casa para reírnos
de él, un pobre retrasado con la cara rechoncha;
su boca no sabe reír, la hinchazón de las bolsas
indican que ha llorado demasiado.
Teberio Santo no tiene tiempo para estudiar:
su padre trabaja todo el día para traer comida,
la madre padece del mal de pena y no debe levantarse,
Félix y Tadeo apenas aguantan su palidez en la cuna de
madera podrida.
.
Después de treinta años vuelvo al pueblo
de mi infancia; antes de abrir la puerta reconozco
a Teberio Santo, calvo, giboso y bañado en un espesor
de roña seca, deambula hacia su derruida cabaña.
Solo, repudiado por sus gentes, olvidado por su propia vida,
apenas respira para no pagar su tumba.
.
Me hago viejo, ya friso los ochenta años; paseando
por los alrededores de un terreno apestoso y abandonado,
atisbo un hoyo pulcro, rociado de aroma a rosas:
en su interior, descansa para siempre, con el féretro abierto,
Teberio Santo, cuya muerte fue tan gloriosa como su
miserable vida, ni un mojón anuncia su nombre.
Sin embargo, su ataúd no se pudre, y el interior del agujero
presenta una imagen llena de vida; miro al cielo, y cuatro
arcángeles custodian su sueño:
el inocente Teberio Santo se ha ido sin hacer ruido,
nadie habrá tenido constancia de su existencia,
pero el universo lo mima como si fuera el más valioso
de los hombres. Una vez escuché.
"La soledad es la suerte de los espíritus excepcionales"
Adiós, Teberio Santo.