Máquinas, fríos instrumentos, sondas o suero
estuvieron en lugar de lechos con pétalos y velos
tampoco el libro dorado donde escribías “me muero”
y si papeles, trámites de materia, y burócratas desvelos.
No percibí ensueños y si ahogos, dolores y quebranto
no hubo manos extendidas, ni esencia perfumada,
nada existió del imaginario que atenúa con su encanto
el final manto de piedad, para la muerte inesperada.
No estuve a tu lado, por causas de la ciencia
que nunca entenderé en su inútil y mecánica rutina
que odie con toda mi alma, por su razón mezquina.
No pudieron mis manos grabar en mi conciencia
tan solo retener las tuyas y así creer la suerte
que no estuviste sola, cuando te llevó la muerte.