LA SOLEDAED DE DIOS

LA SOLEDAD DE DIOS

Madre: No sabría escribirte  luminosos versos.  No podrían brillar mis palabras para describir tus manos levantadas hacia Dios como una hostia. No podría pedir  tu perdónpor mis lúgubres padecimientos. No podría porque ninguna palabra puede alcanzar tu sacrosanto nombre en el altar.  No podría hacerlo, es cierto. En cambio te diría que cada pétalo de tu preciosa vida, me dio felicidad. Que aprendí a cantar victoria sobre las pequeñas cosas, como tú decías. Que ni la furia del trueno ni el azote de pérfido huracán hollar podría tu canto en la sencilla flor.  Que cada día repito la historia de tus manos en el fogón de tres piedras y en esa historia llorando me prosterno.Que fue en tus labios donde aprendí a adorar la elocuencia de las eternas voces. Que en el arte de la fugaz belleza pierde el hombre la plenitud del fuego y en el vuelo de un águila la feliz mañana. Que si triste estuviste por mi culpa no me lo puedo perdonar.Que, si una lágrima por tus benditas mejillas se extravió, nada podría borrar esa amargura. Que si en el horno se doraba el pan, eran tus manos el viento y el fuego conmovidos por el cielo, que doraban el trigo y el pan. Tu voz, querida madre es el fugaz perfume de la flor que se quiebra en holocausto de amor.Tu mirada preciosa luminaria que vuela en místico embeleso. En tu acento, madre, van tejiendo los siglos enredaderas de amor. No. No podría escribir versos luminosos. Aprendí contigo la belleza de las cosas simples, eterna conversación entre el diamante y el carbón. No. No podría escribir versos luminosos. Solo esta voz que se quiebra en la soledad de Dios, para decirte madre: te amo con todo el corazón. 

ALONSO QUINTÍN