El óvalo redondeado de mi rostro
es el perfecto reflejo de mi estado de ánimo.
Al natural, mi piel aceitunada,
ya muestra mi edad.
Al salir a la calle,
me animo a verme atractiva,
para gustarme, le añado rubor a mis mejillas
y a las líneas finas de mis labios,
las enmarco con el color de la sangría.
A mis ojos color café,
que con frecuencia se ven cansados,
les doy un poco de luz
a sus ojeras ensombrecidas.
Mi pelo, lo llevo dorado y corto,
me gusta mi pelo
cuando está recién cortado,
casi como la flor del maíz
en su mazorca nueva.
Yá ando por más de la mitad
y los años comienzan a ejercer peso.
Un poco regordeta... no me agradan las libras,
mas el comer es pecado que me vence.
He caminado un largo trecho
y aún me parece corto lo que he vivido.
Llevo en mi interior un manantial
de palabras por decir,
direcciones que nó he buscado,
lugares donde no he llegado.
Rostros que a mitad del camino
han quedado y resurgen en la memoria
cuales figuras plasmadas
en algun lugar de mis recuerdos.
Me cautivan las letras,
jugar con metáforas,
enjugar verbos y buscar adjetivos
escondidos en mis pensamientos.
Soy adicta de inventar oraciones en la noche,
canciones y música sin notas,
en las horas de mi inspiración.
Llevo mi fé como un estandarte,
al cual con frecuencia
tengo que retocarle los colores,
cual otro rostro,
opacado por una debilidad que me ronda.
A Dios me aferro, aunque a veces
dudo si soy capaz
de proyectarle en mis acciones,
que son las únicas estampas que permanecen
y viajan a través del tiempo.
Por Noemi Amy de Alvarado