La soledad te acompaña
en momentos buenos y malos,
en situaciones adversas,
secándonos lágrimas que no deseamos.
Y ella no pregunta,
no tiene que responder.
Sólo ha de estar, callar,
el corazón no revolver.
Piensa por un momento
cuanta gente estorba a lo largo del día,
cuantos gritan y cuantos fingen alegría.
Tanto hipócrita que dice buenos días,
tantos esclavos del reloj
que pasa corriendo sin mirar,
no conoce ni su soledad.
¿Has probado ha hablarte,
escucharte o mirarte?
Seguro que, cuando lo hagas,
te darás miedo, despertar desearás.
Verás que eres un extraño,
alguien con mucho que decir,
que de la boca debes quitar la mano.
Recordarás el sueño,
ese profundo letargo en el que has estado.
Te darás cuenta
de tus verdaderas carencias,
de tus verdaderas virtudes,
de tus logros y errores.
Te darás cuenta de tantos problemas
que, día tras día, aludes,
por desconocer tu interior,
que desearás ir con el gran Hades.
Soledad, aliada compañera,
al final, cuando mueres,
es la única que queda.