Lamentos

Fui la grieta en el altar del silencio,
sangre seca que los ángeles bebieron.
Carne que el tiempo masticó y escupió,
ceniza de un nombre que el viento borró.

No hay plegaria que sane mi costado,
ni lágrima que apague lo que han quemado.
Soy el jadeo de la tierra al romper,
la cicatriz del universo al caer.

Marcho con los pies en llamas y en barro,
arrastrando cadenas de órganos rotos y astros.
Abracé el filo donde el amor sangraba,
hice de cada espina un himno que gritaba.

El dolor me teje con hilos de frío,
soy la fisura, el llanto, el hueso vacío.
Entre los besos de la nada, me desangro,
mientras el odio —mi único dios— me hace sagrado.

Y si al final la noche me despedaza,
que mi ceniza sea un puñal en tu garganta.
No hay perdón ni abismo que me contenga,
solo la muerte sabe a qué dolor me arrenda.