Tiene la pobre de Inés
tanto dolor de cabeza,
que cada vez que la ves
parece que tiene tres
kilogramos de tristeza.
Su dolor es mi dolor
y sus penas son las mías,
aunque quisiera mejor
que su amor fuera mi amor
y sus penas, alegrías.
Tanto me atrae su faz,
tanto el candor de su tez,
que no puedo estar en paz
porque su encanto es asaz
y es poca mi sensatez.
Con su dolor de por medio
se acrecienta su ternura
y más aumenta mi asedio.
Yo ya no tengo remedio
ni lo tiene mi locura.
¿Qué puedo hacer? ¿qué se puede
hacer ante tal imán?
No es posible que me quede
esperando a ver si cede,
a ver si ganas le dan...
Dame paciencia, Señor,
y a ella dale su cura.
Que no me niegue el calor
que por vedado mejor
hace perder la cordura.
Dile que mi soledad
la reclama con vehemencia,
que con toda honestidad
diga clara la verdad
sin herir a su conciencia.
Que se muestre cariñosa,
que no pierda el interés
y no sea caprichosa,
porque inventa cada cosa...
¡Ay, Inés, Inés, Inés!
Heriberto Bravo Bravo SS.CC