Nada está más lejos que esta palabra arañada que busqué entre los parajes de tu cama. Perdí los papeles del tiempo y el camino a casa. A medio pulmón me atraviesan tus ojos en los que me hundo para encontrar un sentido, o para perderlo. Emprendí un viaje al centro de tu pecho, corté una flor verde, anduve por tus cadenas y me di de bruces con tu puerta cerrada. Doblemente ciega, te busqué en los bares, en la luz de una farola solitaria, en los colores de otras manos. Te busqué en los parques, en las aceras. Creí verte cantar en aquel banco.
Salté al vacío y me agarré a tallo de tus ramas azules, lucha de espinas entre tu boca y el portazo definitivo que me hará ver te vas. Me quedaré en este árbol sin sombra, me perderé en este otoño inacabable, se me ahogarán las palabras locas en el fondo de tu vaso.
Sonríes y mengua la vida, y se cae el sol, tan mal sujeto al cielo cuando tú lo miras. Nadie me dijo que no tendría primaveras con tu sabor, nadie me dijo lo que iba a doler una madrugada. Por la noche, cuando se duerman los jilgueros y te bebas una copa de Vodka con la luna, cogerás esa caja malvada y te brotarán las heridas mal cosidas a un desvelo, subirá tu voz al cielo y se dormirán las estrellas. Desde el otro rincón del mundo, cuando se quede ciego el suelo y miremos la misma luna, sabré que estás cantando de otros sueños y otros colores y dolerá la vida, porque nunca piensas en mí como yo pienso.