Liturgia del Hierro Candente

Sacristías donde el miedo fermenta en vino barato,

púlpitos que escupen cadenas con aroma a incienso.

Dioses de yeso con vientres llenos de llaves,

vigilando que la duda no manche los vitrales.

Bajo el manto de María sangran lunas herejes,

los evangelios son sierpes que muerden su propia cola.

Cada cruz es un hacha plantada en el cráneo del tiempo,

cada rezo, un clavo oxidado en las muñecas del alba.

Los profetas vendieron el éxtasis a cambio de rebaños,

ahora pastan sombras entre ruinas de hostias doradas.

El Paraíso: una cárcel con murales de leche y miel,

el Infierno, solo un espejo donde el sacerdote vomita.

Yo desentierro Biblias para alimentar hogueras,

y en su humo escribo salmos con los dientes.

Los ángeles me han mostrado su podredumbre:

arcángeles con sífilis, querubines que cobran diezmos.

La fe es un puñal que los cobardes clavan en otros ojos

para no ver el vacío que baila tras el velo del templo.

El milagro más grande: hacerte arrodillar

ante la sangre que bebes y el pan que te devora.

Alzo catedrales de blasfemia en cada neurona,

donde los santos son lobos disecados con coronas de espinas.

Mi comunión es escupir al viento los nombres sagrados,

mi bautismo: nadar en alquitrán hasta olvidar el miedo.

No maldigo al dios que nunca levantó su puño,

maldigo las manos que esculpieron su silencio.

Hay un infierno peor que todo fuego:

la certeza del esclavo que besa sus grilletes.

Hoy rompo el reloj que cuenta los siglos de rodillas,

y con sus engranajes fabrico estrellas clandestinas.

Soy la herejía que respira en los pulmones del huracán,

la semilla de ruina en los graneros del cielo.