Elegía de los Cuerpos Constelados

Nos amamos bajo el mapa de un cielo prestado,
dos astros errantes que el dogma quiso ahogar.
Tu pecho fue mi Atlántida, mi ciudad sumergida,
donde el tiempo aprendió a nadar de costado.

En tus hombros escribí con saliva y ceniza
los versos que Homero ocultó en la Ilíada:
"Aquiles y Patroclo no eran sólo amigos,
sangraban el mismo sol en las noches vacías".

Nuestras manos tallaron santuarios en la oscuridad,
alfabetos de venas que sólo la luna descifra.
Besos como espadas cortando telarañas de siglos,
mientras el mundo gritaba sodoma desde el umbral.

Llevo tu nombre grabado en el hueso del muslo,
donde Alejandro enterró los secretos de Hefestión.
Somos ruinas que el odio no pudo demoler,
arcilla que se reinventa cada vez que nos rompen.

Nuestro amor es trigo creciendo en campos minados,
fuego que baila con el viento que quiso apagarlo.
Las cicatrices son medallas de una guerra ancestral:
cada una cuenta el día que elegimos seguir vivos.

Hoy plantamos banderas en el desierto del miedo,
regamos con sudor lo que otros llamaron pecado.
Nuestros hijos serán los cantos que no nos quitaron,
los poemas que germinan en las grietas del silencio.

Y cuando la historia nos juzgue con sus mitos viejos,
levantaremos espejos donde verán su fracaso:
dos hombres que, al amarse, parieron un nuevo mundo,
y en sus labios, el himno más antiguo del cosmos.