Aquel que irrumpe la siesta,
con el alma sometida
a tu único recuerdo.
Y que en vez de poner rosas en tus manos,
anhela ser el dueño del derecho merecido
de jugar a enamorarse con tu boca.
Aquel que tiende la trampa en que nunca llegas
a debilitar tu insospechada pero clara y juvenil bondad.
Retorcido en las plegarias, cuan pañuelo estrujas con tus manos.
Envainándome la sorda suplica que agita por dentro en la rutinaria batalla,
que no alcanza merecer una victoria.
Aquel que infantiliza emociones,
dibujando corazones, sin llegar mas lejos que a un papel deshabitado a tu lectura,
merecedor de este viaje de cenizas,
donde mi alma quema, infiltrado con los pasos,
espías en tu sombra, sin caminar a tu lado,
sin que me lleves contigo.
Aquel que duerme en tu cama,
sin agitar tú sonámbula,
terca y macera sospecha.
Que me enciende los latidos y me devuelve en inocente naturalidad.
Casi sin vida, lúgubre, manso y herido.
Musitando a tu mesa un poco de alimento
que me devuelva por única vez la fe a mí desnutrida queja.
Para así lograr confesarte,
bajándome las palabras, como en un juego de niños.
Donde me esperes atenta encendida y sonriente.
Convénceme los sentidos, entrégame la voluntad de no poder romperme y quedar tendido en un rincón.
Aunque de este desafiante y caprichoso pedido mío
nunca logres descubrir mi oculto y amarilleado
secreto.
Que aquel que simplemente Te Ama, soy yo