Qué bella gema engarzada
en el valle de mi villa;
parece en su pétreo gesto
la talla de una sonrisa,
corona gigante,
alada...
Y cuando la luz del día
besa su sombra de roca
cincela en sus aposentos
lágrimas de aristas rotas
que en pilas reparte, pía.
Nutriendo y dando la vida
de su seno estriado
como mamas de una cierva
ya no joven,
a pendientes de olivares
por sus venas al almendro
e interiores...
Y girando en su caída
torna el cincel del cantero
en su corteza,
grabados dementes, risas
de bocas sobre más bocas
en forma de grandes duelos
de titanes con sombrero
y sin prisas.
Y se condensa en un todo
lo universal del misterio
como collares de plata
con engarces de oro viejo
en una cadena misma
fibrada de agua y de cielo...
Allí en un valle cualquiera
mezcolanza
de las egipcias efigies
con su perfil aguileño;
de esfinges que mascullan
a lo ignoto sus secretos
y que remueven sus danzas
en lo callado del sueño;
de cabezas multiformes
que basculan desde el suelo
como aquellas que ya en Pascua
se levantaron sin dueño.
Todo de seres remotos
muy anteriores al tiempo,
donde los hombres de antaño
buscaron pronto remedo
sin conseguir más que un soplo,
un estertor, en su intento...
¡Qué bello sueño de piedra
preñado de pesadilla!
¡Cómo se ensalza, modesto
el escultor de esta orgía
tan bellamente exaltada!
¡Cómo resuena en otoño
cuando las hojas desfilan
un coro de clarinetes
cabalgando en la neblina!
¿Qué vio Dios para trenzar,
ya en descanso y sin afán,
tamaño yermo dispar
con el hilo de su manto
si no es para que esta sierra
sea su morada y remanso?
pio espejo