Las calles de París están hechas
de ancianos con demencia.
Los últimos escombros de una ciudad
encantada se derriten en la memoria,
cadáveres llamando al polvo del humus.
París, tus camposantos reúnen los
recuerdos en mortajas de cemento,
¿dónde dejaste el espíritu moderno?
Ahora, el David de Miguel Ángel va en coche
a trabajar, por el teléfono palabras,
sólo palabras.
¿Teléfono, coche? ¿Dónde queda el mundo de
POESÍA? ¡París! Te pudres en las cloacas que
nadie quiere limpiar.
Doña cultura, tan vieja y tan pobre,
agoniza bajo el arco del triunfo.
Antaño, Rubén invitaba a cafés,
Charles regalaba flores y
Vicente trotaba en una oveja camino al arcoíris.
Ya no hay, ya no está, sus imágenes van borrándose
lentamente, sombras del pasado, carcomidas por la
nada en un agujero negro regurgitado por la ignorancia.
No te reconozco, siempre soñando contigo
noche a noche, eres una pesadilla que
me hace vomitar.
París, se acabó mi compromiso,
me pierdo en la alienación de
las pequeñas almas.
Estoy solo ya, un espíritu sin brillo, sin arte.