Anoche estuve contigo, madre.
Te miré, como tantas otras noches,
con la especial atención de mis sentidos
y mi gratitud abierta.
Y vi en ti, surgiendo llanamente,
un amor especial
que calaba mi ser acompañado.
Y vi, en la quietud del tiempo andado
por tu rostro anciano,
recientes signos de comprensión
y tolerancia por tu hijo, hombre-niño
o niño-hombre, en tu corazón de siempre.
Y como antes lo viviera
ante la muerte cercana de mi padre,
advertí en ti -en velado mensaje-
un querer partir del modo más materno,
con tu mejor entrega y derrochando
lo que yo deseaba de ti.
Y después, a pedido de alguien,
te llevé una rosa.