Recuerdo, cuando era niño,
una tarde de colegio
tal vez fuera en otoño,
tal vez fuera algún invierno
Era una tarde gris,
era una tarde de plomo
Los niños jugaban juegos
de carreras y de corros,
Yo, feliz, jugaba solo
con mi peonza y cordel.
Una madre se acercó:
“Niño no juegues solo.
Dame la mano y te llevo con tus amigos al corro”.
Allí me arrojó en el centro
de un círculo de pequeños
tiranos y desalmados.
Sin saber qué juego era
sin saber reír su juego,
yo allí me desesperaba
entre torpeza y torpeza,
ajeno a las carcajadas,
sereno ante sus simplezas.
Y en aquel instante de miedo
sentí esa voz interior
de aquel amigo que aún hoy
conmigo va a todas partes:
“Nunca te sentirás tan solo,
como cuando estés
rodeado de otros seres
con quienes nada compartes”