Fuiste tú aquel que el destino puso en mi camino, sin pensar en el infortunio que esperaba… No creía en nada y en nadie.
Fuiste tú disfrazada de dulzura, atormentaste mis pasos, cortándome las alas poco a poco hasta convertirme en un muerto viviente, errante de mí ser, esclavo de las sombras que producían tus heridas, marchitando sin cesar mi fe, mi esperanza.
Fuiste tú quien utilizando miserablemente tu látigo de espinas, hundiendo cada día mí corazón lastimado.
Después de la tormenta sale el sol para consolar mi alma en duelo, inmolada por tu egoísmo inexplicable, pero que a la final me dio la libertad de no estar a tu lado.