Al mar hay que mirarlo
desde adentro, palparlo,
sentirlo, hablarle sin palabras.
Recorrerlo
en donde su espumosa escencia
se rinde a las arenas.
El me habla en sueños
de lugares misteriosos,
secretos, como una mujer de coral.
Es su piel de ese azul
espejo de cielo que me roza
el corazón,
y su sal me deleita
el paladar del alma.
No hay formas parecidas
aquí, en esta tierra.
Es tan distinto a mi
en sus libertades.
Yo que siempre regañé de mi
esclavitud echa en versos;
yo que he molido mi corazón
en el molino de las rimas
trasnochadas del poema
triste y desparejo.
Al mar hay que mirarlo
desde adentro,
y tejer una canción
que hable, que diga,
sobre sus silencios hechos
espuma;
sus gritos hechos olas
en el tiempo.
No basta mojarse en su plenitud,
ni broncearse la humana piel
en sus costados.
Hay que quererlo, desearlo,
como a un niño huerfáno;
como a nuestra sangre.
Si; nuestra sangre,
mar adentro,
torrentoso, calmo a veces
e infinito.