"PRELUDIO"
Yo era un triste peregrino,
uno más de los mortales
que recorren el camino
hacia rumbos sepulcrales,
sin estrella, sin destino.
El amor de mi alma huía
y la dicha en consecuencia,
que no hay vida más sombría
que vivirla en la inclemencia
de la ausente fantasía.
Hasta entonces, quién diría
que al hallarme yo con él,
mi esperanza trocaría
en la más amarga hiel
que a ninguno desearía.
La encontré y me deslumbró;
era dulce y era bella.
¿Quién absorto no quedó
al mirar alguna estrella
que el espacio atravesó?
¿Quién jamás se enamoró
de una voz, de su sonido,
de su timbre y no aumentó
su tensión y luego, herido,
malparado no quedó?
¿Quién, al verse perturbado
por el amor, no ocultó
sigiloso su pecado?
¿Quién el amor no asumió
que se haya ileso quedado?
¡Ah! Desde ese aciago día
atacáronme los celos.
Comenzaron la agonía,
la locura y los desvelos.
¡Cuánto el amor me exigía!
El que se entregue al amor
que se disponga a sufrir,
que se prepare al dolor
siempre abierto a un porvenir
más penoso que otro peor.
Aquel que quiera subir
el Calvario redentor
y pretenda no sentir
los rigores del amor,
más valiérale morir.
Así yo, que ya probado
en las lides de este afán,
con el pecho destrozado,
me alimento de ese pan
amargoso y amargado.
Entrar fue lo más sencillo;
pero el salir se complica.
El olvido nada explica
y el recuerdo en el que humillo
mi virtud, se multiplica.
Si he de vivir en constante
pena y penar es mi sino,
prefiero ser un andante
solitario del camino
que un orondo, ufano amante.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC (Derechos Reservados)