En esta enlutada tarde, se ha sentado sobre las cansadas piedras de mi Alcazaba la luna inmóvil de un espejo. En ella, celebra el día el ocaso de su tiempo y va cerrando sus puertas el crepusculo cuya luz, enrojece en sus umbrales. Mi mar, de plata blanda y cobre líquido, se ha vestido de negras telas temblorosas y silencios. El campo levantado sus muros negros que guardan todos los silencios. Sobre el canto a rezo del Moacin, las estrellas se marchitan sobre la lengua espesa del otoño. Una anciana se lamenta del reseco paño de sus huesos ralos, por la calle alta que se asoma al viento. Llega el sonido roto de los besos del levante sobre la piedra herida de otros besos. Llegan veleros cantando años de nostalgia y llorando mesanas perdidas en naufragios... Llegan perros travestidos de sombras lamiendo huecos de historia rancia. Llegan túneles con heridas de picos insaciables que van dejando duelos a su paso. Llega Machado, manoseado y roto en las manos de Eladio, va a su esquina de los sueños... Llega Manoli con sus hijas y sus nietos, con el cesto de la compra, y ese otro que lleva lleno de corazones rotos. Llega el cura, que siempre mira desde una montaña de pecados el apesadumbrado suelo que lo sustenta. Llegan los amantes, que no entienden de fríos y saben leer en las penumbra con las manos del deseo. Llegan la tía Juana con la buena de Concha, llevan como siempre la conciencia sucia a la pila de lavar conciencias de la Concepción. ...
Y me preguntas que donde estaba yo, y te respondi volando como una cometa al faro azul amarrado, al azote de los vientos, leyendo versos de espuma que escriben rotas las olas. Y gritándole al farero... ¡Farero enciende tu faro! que está escribiendo el mar un poema al envite siempre bravo de las olas bajo la calida luz de nuestra luna.
En esta enlutada tarde, se ha sentado sobre las cansadas piedras de mi Alcazaba, la luna inmóvil de un espejo. En ella, celebra el día el ocaso de su tiempo y va cerrando sus puertas el Crepúsculo, cuya luz, enrojece en sus umbrales.
Mi mar, de plata blanda y cobre líquido, se ha vestido de negras telas temblorosas y silencios. El campo ha levantado sus muros negros que guardan todos los silencios. Sobre el canto a rezo del Moacin, las estrellas se marchitan sobre la lengua espesa del otoño. Una anciana se lamenta del reseco paño de sus huesos ralos, por la calle alta que se asoma al viento. Llega el sonido roto de los besos del levante sobre la piedra herida de otros besos. Llegan veleros cantando años de nostalgia y llorando mesanas perdidas en naufragios...
Llegan perros travestidos de sombras lamiendo huecos de historia rancia.
Llegan túneles con heridas de picos insaciables que van dejando duelos a su paso.
Llega Machado, manoseado y roto en las manos de Eladio, va a su esquina de los sueños...
Llega Manoli con sus hijas y sus nietos, con el cesto de la compra, y ese otro que lleva lleno de corazones rotos.
Llega el cura, que siempre mira desde una montaña de pecados el apesadumbrado suelo que lo sustenta.
Llegan los amantes, que no entienden de fríos y saben leer en las penumbra con las manos del deseo.
Llegan la tía Juana con la buena de Concha, llevan como siempre la conciencia sucia a la pila de lavar conciencias de la Concepción. ...
Y me preguntas que donde estaba yo, y te respondo; Volando como una cometa al faro azul amarrado, al azote de los vientos, leyendo versos de espuma que escriben rotas las olas. Y gritándole al farero... ¡Farero enciende tu faro! que está escribiendo el mar un poema al envite siempre bravo de las olas, bajo la cálida luz de nuestra luna...