Cuando cruzaba el jardín en la aurora,
unos fulgores venían del cielo,
como una hoguera de cráteres vivos.
Las flores miran lo que arde de pronto,
mi pasión brilla encantada de verla,
como arrancada de Oriente ella llega.
Era un relato en el alba de estío,
tan sigilosa camina la musa,
ningún rumor, ni una voz, ni un murmullo.
Mas conversaba a las aves gozosas,
todo lo verde escuchaba en silencio,
la casta luna reía contenta.
Me arrodillé a sus pies tan galante,
pero al tocarle su velo de seda,
sobre las alas del viento se fue.
Lupercio de Providencia