Amaneces con tus manos apoyadas en tu vientre
con el sol en su expresión mas diáfana y sincera,
y le hablas muy despacio, casi en diferentes
tonos que al llegar parecen primaveras.
Es todo lo que intuyes, casi todo lo presientes
lo llevas bien adentro paseando por tus mares,
en una delicada madeja de presentes
que asocian en la paz y te alejan los pesares.
Mujer de nueve lunas que insistes con antojos
variados y constantes en noches mal dormidas,
te tientas cuando miras tu vientre de reojo
y ves esas patadas que alientan una vida.
Te sabes como tal y piensas todavía
que el ser que te rodea aún lucha en desventaja,
lo mimas demasiado, lo curas y lo cuidas
verás su renacer como jugando a la baraja.
Y entre todas las damas te sientes la más fea
a pesar ser la flor, más hermosa de tu barrio,
te miran con envidia jugando en su vereda
las que hacen el amor siempre en el mismo horario.
Y cuando el día te despierta carente de soltura
y el dolor te jale bien abajo de repente,
dejarás de ser mujer de nueve lunas
para volverte madre y olvidarte de tu vientre.