No te pido que me bajes cien estrellas
ni tampoco el cielo de diamantes
ni el sol, en su divinidad mas bella
ni cada lucero que miras al instante.
No te pido la disolución de religiones
ni el amplio margen de mares distantes
tampoco la moción de ciertas excepciones
ni la vaga imagen, fresca y equidistante.
No te pido que vuelvas a quererme
ni quizás tampoco perdones y agonías,
ni el sendero aquel donde logré extenderme
y terminar así, el final de mis días.
No te pido amor, ni tampoco infidencias
ni el ave nocturna que llega cada noche,
y de pedirte algo, amor, solo presencia
en este letargo que me humilla en reproches.