Para lo único que existe:
Hoy, mi amor, mi recóndito tesoro, mi más escondido pésame hacia mí mismo, mi pesado dolor y mi secreto más verdugo, te escribo:
Desearía hablarte pero no he dejado de ser un cobarde, y ya ves cómo es la resistencia con que nuestro cuerpo lucha ante las palabras, no es fácil darte a conocer ante los que miran como no es fácil abrir los ojos para atreverme a observarte, como si es más que evidente y nada oculta tu mirada hacia mi cuerpo, como la sombra que camina junto conmigo cuando no hay sol ni hay luna, pero si una pesada, ridícula y triste figura iluminada por tu silueta próxima, siempre próxima.
Soy el hombre más honesto conmigo mismo, eso no lo puedo negar, pues son muchas las veces que me digo la verdad y estoy consciente de cuando finjo, mi cualidad es ser honesto y mi más grande defecto es ser un cobarde que no invita a salir a sus deseos, en cuestión de valores parece que al universo humano no se le ocurrió inventar un punto intermedio, dicta que de nada sirve ser una cosa si eres la otra al mismo tiempo, tienes que renunciar a ser hombre si quieres ser mujer y viceversa, tienes que ser valiente o cobarde, honesto o mentiroso, humano o Dios, y la cobardía ha sido la que más batalla dio, por eso alimento mis deseos en las sobras de las horas de luz que quedan del día, para que nadie se dé cuenta, y aunque tenga ganas no les rezo y no predico y no canto su armonía. Solo lloro pidiéndoles perdón:
Perdón por preferir el contrato social que a nuestra desapegada muerte y a nuestro pobre velorio en una rica tumba.
Siempre tuyo,
Yo.