A MI MADRE
Cada tarde, entre los naranjos
que regalaban al aire su olor de azahar y a los gorriones
cobijo para que anidasen tranquilos, mi madre,
se sentaba en una silla con asiento de eneas y zurcía con una hebra
de hilo negro, el dobladillo
ligeramente desgastado de las enaguas,
que le cubría las piernas hasta los tobillos. De su pelo blanco y limpio, recogido
en un roete
suavemente por siete horquillas negras, prendían un puñado de jazmines
abiertos en flor,
como un beso en primavera.
Viuda por dos veces, en sus manos
arrugadas y torpes se notaban las huellas marcadas por el paso del tiempo, los años
de escasez
y las cartillas de racionamiento.
De vez en cuando, nos contaba mil
y una historias
de sus tiempos de moza y se le iluminaba
la cara cuando recordaba su primer beso de amor.
Nunca habÃa leeido algo que me calara tan hondo el alma,escribes muy bello,además me identifico mucho con tu poema SIGE ASI!!!!!!!!!!!!!!!!!!