Padre mío, Dios bendito,
son tan frágiles tus hijos,
tan efímeros sus cuerpos;
sus almas son inmortales,
pero los seres humanos
en sus vidas terrenales
no tienen cuerpos eternos.
Están expuestos a riesgos
que, a veces, les son fatales:
contingencias, accidentes
y muchas enfermedades,
la violencia de otra gente
que provoca tantos males.
Es por ello que me angustio
cuando veo que un ser querido
no aparece o no contesta,
y me siento tan inútil
en ocasiones como esta;
sólo aguardo, compungido,
que el tiempo dé su respuesta.
No dudo de Tu Bondad,
de Tu gran Magnificencia;
pero sé bien, en verdad,
la humana fragilidad:
cuando se llega el momento,
a pesar de los lamentos,
sin ningún impedimento
llega el alma a Tu Presencia.
El dolor es de los vivos,
cuando los seres queridos
de nuestro mundo se alejan
y nosotros, afligidos,
no aceptamos, doloridos,
la simple y triste verdad:
que, tarde o temprano, nos dejan.
Sólo te pido, Señor,
y apelo a Tu Compasión,
que protejas mi tesoro
en todo sitio y ocasión;
ella es la mujer que adoro
y yo sin ella ya no vivo.
Padre Eterno, te lo pido:
¡dale siempre protección!-
Eduardo Ritter Bonilla.
Lunes 07 de Septiembre del 2009, 2:07 a.m.