Un poeta que cantaba
en una noche cualquiera,
vió que la luna viajera
despacito se asomaba.
Y pensó que esa luz clara
que por completo cubrió
el cuerpo de ese cantor
que de pronto lo alcanzaba,
pensó que lo acariciaba,
y de ella se enamoró.
Y así fue noche tras noche
con su canto enamorado,
el cantor ilusionado
esperando por su amor.
El su vida le contó
con versos emocionados.
Ella atenta, el extasiado
por su luz y su candor.
Muchas veces se los vió
muy juntos y enamorados
Pero el poeta se olvidó
que la luna alla en la altura,
rodeada por la hermosura
de estrellas que la rodeaban,
imposible que bajara
para besar al cantor.
Hoy se escucha con dolor
un lamento cuando canta,
que sale de su garganta.
Se está muriendo de amor.
Es que la luna del cuento
tal vez tenga quien le cante,
mejor, o menos distante,
o entone mejor la voz.
Pero la luz del amor
ha de seguir alumbrando,
y aunque triste sea el canto
no ha de acallarse su voz.
Mientras le de vida Dios,
te habrá de seguir amando.
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