En una página de un periódico
brilla la oportunidad magnífica que
me salvará de la muerte,
si tengo la suerte en el zapato correcto,
si el aire que respiro es el adecuado,
si no atravieso la puerta equivocada
o pronuncio una palabra rota,
una sílaba hecha de plomo,
incluso una letra que se escuche extraña,
como todo,
ya que todo es extraño;
en el mismo diario hay una puerta
negra que me recuerda al destino,
que nada nos salvará de la muerte,
oculta en el fotograma de un fantasma
nunca revelado,
el fantasma de algo
que todavía no ha muerto,
por lo que la puerta permanece
cerrada;
pesa más la oportunidad magnífica
que la puerta negra,
así que apunto hacia la labor
y emprendo el oficio cuyo resultado
en teoría me librará de la muerte,
de la oscuridad absoluta que nos espera,
dentada, al final de la vida;
yo laboro y laboro
y me vuelvo muy ducho en el trabajo,
un trompo girando sobre un eje,
hasta que un día la sombra
de un ave vuela sobre la fachada del oficio,
haciéndome demorar ahí más de lo normal,
y veo que su puerta no es otra que la puerta negra
del destino,
que nada nos salvará de la muerte;
pero como sigue la labor, sigo yo también
como si nada.