Ronda
Un jueves, otoño de 1979,
asesinaron a la familia Poma.
Yo estuve presente, también Nieves,
la hermanastra de la patrona.
“Llegaron de noche, como a las 3,
como espíritus malignos, encapuchados”
Cuenta la anciana muchos años después,
de cuando la despertó, a eso de las 2,
su congénito problema estomacal,
y ello asimismo la llevó a la ventana,
donde colgaban hierbas contra ese mal.
“Empezaron con la Rosa, mi hermana.
Le cortaron el cuello como a un carnero
porque cuando los vió comenzó a chillar.
El Juan les dijo que les daría dinero.
Ni caso hicieron. No le dejaron hablar.
Le arrastraron de los pelos hasta el patio”
Juan se arrodillaba a rogar compasión,
mientras el bebé fue escondido en el armario.
Y los hermanitos, que nunca sabrán la razón,
sollozaban abrazados tras una almohada.
Y el sollozo ahogado se convirtió en llanto,
y ese llanto en desesperación desencadenada
que caía sobre el pueblo como un pesado manto.
En el momento entró alguno y los acribilló.
Juan alzó los ojos, otra bala perforó su frente.
Como un saco de sólo huesos, Juan cayó.
Y nadie oyó nada. Yo estuve presente.
En el pueblo ninguna lámpara se encendió.
Y los grillos se callaron al cuchicheo de la gente. ( … )
Era luna llena. Y en el aire aún flotaba
el eco del grito de Rosa y del tronar
del fusil que aún humo lengüeteaba.
Un eco mudo que parecía no encontrar
en Huanta la pared que lo contenga
o el rebote que lejos del monte lo mantenga.
…
Era luna llena. Y esa noche, en ese instante,
Humanidad, sin semántica y agonizante,
yacía en el frenesí de utópica orgía, apuñalada
con la paradoja de un “Qué viva la lucha armada!”