Me acerqué a regalarte de mis labios la caricia,
como estaba acostumbrada.
Tu mirada lánguida y fría me estaba demostrando,
que mis besos no deseabas.
Te miré largamente, sin pronunciar palabra alguna,
sin poder entender nada.
Vi tu cara transformada por un rictus de amargura,
y me quedé alelada.
Después ya se agolparon miles de explicaciones vanas,
ya nada te importaba.
Y sentí sangrar mi corazón y conmoverse mi alma,
tú, permanecías en calma.
Y murmuraste apenas, mientras me dabas la espalda,
entre tú y yo ,no hay nada.
® Susana Valenzuela
09-04-10