Un prisma de piedra y un ángel desnudo de pies carcomidos. Vaivén de las
hierbas. Una puerta grandiosa que coronan bronces de forma compleja. Vaivén de las hierbas.
Una ráfaga helada que circula y gira, que gira que agita , que envuelve y que gira. Que luego penetra y entre las blancuras desliza su aliento. Las figuras gritan.
Susurran desgarros las manos que elevan las viejas cornisas.
Las figuras gritan.
Vibran los metales, crujen las maderas, las cadenas cimbran. Se agita un silencio de mil variaciones, de angustia infinita. La luz se limita. Tan solo tres líneas, tres
líneas oblicuas, tres líneas efímeras. La luz se limita. Un hediondo polvo se eleva y disuelve, envuelve y vomita.
De herrumbrosas grietas
se extienden las formas de las lagartijas. Agoniza el día. Se ahonda la noche, se agiganta el frío, la lluvia palpita. Tras vidrios rasgados, la muerte reinante, su sombra desliza.
Agoniza el día.
El dolor expande su ausencia cual manto,
y renacen miedos que oprimen criaturas cubiertas
de espanto. Ya en la oscura sala, con vuelo sin alas, el martirio exhala su último canto.
– Oh, amada presencia, donde irás ahora, mientras todos lloran, a impartir justicia con tu blanca mano,
con razón sin ciencia, en tiempo sin horas…Oh amada presencia!.-
Los sueños eternos de vida y justicia, son ahora burla de oscura malicia, y quedan en bruma
que opaca impiadosa todos los espejos. Ya no está tu imagen que hizo de piedra soñados reflejos. Y es en esta noche de tu desamparo, que a la muerte cita, donde todo es quieto, se muere la Plaza. Ya nada palpita. Mas quieta que nunca, mas quieta y mas fría, cubierta de rosas y aroma de azahares. Evita no ha muerto, reposa un instante en sus despertares.