Hoy, a mis cincuenta y tantos años,
a través de mis pequeños nietos:
Andrew Emanuel y Aaron Felipe,
y de mis chiquilines del preescolar:
persivo señales del Dios bueno.
Estos pequeños me proporcionan:
más amor, del que mi viejo corazón
puede soportar.
Caprichitos que me hacen rabiar;
dulces besos con sabor a mermelada,
y abrazos tan suaves, como caricias de mariposa.
Ya no me importa un bledo
lo que diga o haga la gente,
y si me han engañado o defraudado.
hoy vivo entre poemas, risas
y llanto de niños.
Ellos son como un fresco amanecer
en mi ocaso. Como una sinfonía
de dulces embelesos.
Hoy, pido a Dios, me de la oportunidad
y el don, para sanar el llanto lastimero
de los niños: los huerfanos, los desplazados,
y los que sufren los horrores de la guerra
y la imcomprension de las gentes.
Pido al Dios de los mortales,
me de la oportunidad y el don,
para darles mi amor, sin limites,
y sentir el fuego de su angelical
amor por un segundo.
Dejare pasar muchas cosas
en lo que me resta de vida,
y me abstendre de otras;
pero no dejaré pasar la oportunidad
de ayudar a construir la sonrisa de un niño.