Resido en el silencio.
Voy contando una por una las desiertas horas desde donde escapas.
Llega la tarde y entonces me evitas nuevamente.
Enhebrando los segundos, tendiéndolos a besos,
desfigurando la presencia perfecta de tu soledad y de la mía.
¿Para qué me sirve el amor si tú me faltas?, si tú me dejas ir,
¿para qué me sirven las manos?, no te toco.
Y recuerdo el día, ayer, cuando era yo tu faro, tu descanso.
¿Para qué me sirve el amor si no regresas?, si te marchas nuevamente.
Sediento estoy de nuevo, como si tu vida fuera mía.
Y descubro intacto el destino de amarte desesperadamente,
abrazo en mis deseos las cosas que te niegan,
la verdad dolorida y lastimante, confundido, lleno el vacío de muerte.
Tuyos son mis días, dolorosa.
Fabricas tú las fuentes desde donde mi alma te implora,
dulcemente unido a ti, sin que lo sepas, desde siempre.
Somos dos niños, tú y yo, pequeños en las fugas, eternamente ausentes.
Y el día que se marcha y nuevamente temo a la oscuridad que se aproxima.
Miedo de ti y tu silencio.
Te llamo a ti desde el viejo mirador de las estrellas.
Huyéndome hacia a ti, trinchera de mi cuerpo.
Bella ataviada, amada mía de mis noches.