Siento en viceversa
y suelo imaginarme un vulgar
déspota cuando la monarquía
es el síntoma de los débiles
proscriptos.
Parece inaudible el grito
de la máquina de silenciar
mentes y abstraer
novedades, que a la vista
de los intelectuales,
padece de raciocinio lógico.
Los misógenos, seres
atentos a las desaveniencias femeninas,
son en definitiva los hermanos
de las farsas antinomias.
Siento en viceversa
después de tanto tiempo
de ocultar las novedades,
ellas son, a la luz de los hechos,
las invitadas a la cena
del último acto
de la obra inconclusa
de mis tantos desvaríos.
Y entonces me asumo
imperdiblemente vacío,
puesto que el verbo de la discordia,
es tan solo un feed-back
que se retroalimenta
de mis ausencias.