Yo sí conocí esos tiempos:
tiempos de caminar
todas las calles bajo la lluvia
sin un paraguas, sin un abrigo,
con los zapatos despedazados.
Tiempos de agujeros en el calzado,
en los bolsillos y en las ventanas,
en la conciencia y en la esperanza
de otros momentos sólo soñados
en tiempos muertos, sin redención.
Yo sí conocí los tiempos
en que la vida no es de colores:
gris en la casa y en el silencio,
gris en el lento paso del tiempo,
gris en el alma y el sentimiento,
sin un anhelo ni una ilusión.
Gris en el fondo de la conciencia,
todo lo mismo, siempre lo mismo,
y uno atrapado en el negro abismo
de una rutina estéril, callada;
gris en los muros y el alma helada,
gris en la almohada deshabitada
y un gran vacío en el corazón.
Cuando se pasa por esa etapa
en que uno se encierra en su propia cárcel,
cuando se aleja de los amigos
y quiere llorar sin que haya testigos,
crecen el pelo, el dolor, la barba,
el rencor, la mugre y la indiferencia;
se siente el peso de la conciencia
y parece que todo se acabara.
Todo es miseria, auto-compasión,
se pisa el suelo sin hacer ruido
y es tan espesa la soledad
que se convierte en una muralla.
Se da la espalda a toda batalla
y cada minuto, mientras se calla,
parece un siglo, una eternidad.-
Eduardo Ritter Bonilla.