A veces la noche en que me conmuevo por su recuerdo es tan helada que no puedo congelarla por siempre en mi memoria, sólo de a ratos, sólo de a pedazos, solo en mi recuerdo y no es poco. Hace poco leí un libro que me hubiera gustado escribir, sólo que el tiempo, hoy huraño, se ha robado las palabras para otra boca que no es mía y que no me animo a besar, salvo en alguna de esas noches que una curda me da la licencia. Ella vivía calle abajo, su casa una no era muy linda pero aún permanece allí, de vez en cuando paso, mirando con estos ojos que todavía conservo a pesar de tempestades y sueños. Cuando nadie me mira, ahí en ese instante me crecen unas alas, pero mi ángel de la guarda no confía en los diablos que me rodean y me tiene agarrado de los pelos para que no me valla a jugar al jardín de los calvos de sentimientos. Recuerdo que su rostro era la imperfecta arquitectura de la timidez y en esa desidia sin nombre aventuré mis sueños a pesar de tempestades. Ahora cuando la noche hace un hueco en los a veces, me miro tras las sombras de la espera, conmovido por el sacudón de la ausencia.