Pintaron la casa con hojas en las paredes como el otoño de las calles, buscaron en el calendario la noche de luna mas llena, enseñaron a hablar palabras corteses a los guacamayos de los patios. Mandaron traer toda la cerveza de contrabando posible, y poblaron los jardines de flores exóticas que solo abrían de noche, vistieron a la novia de su color preferido el azul, un vestido largo, trajeron el sonido del mar, despejaron el cielo turbio.
Encendieron fogatas, trajeron el mejor arroz chino posible, hirvieron caldos para los amanecidos, hicieron espacio para los autos de los invitados y un espacio reservado para alguna nave extraterrestre que se aventurase esa noche.
Pintaron a los novios, luego les tomaron fotos armoniosas para el recuerdo, luego los separaron para vestirlos, tan lejos que volvieron diferentes a la boda y sin reconocerse.
La novia llego en un carruaje jalada por caballos blancos casi unicornios, el novio en cambio en un auto elegante.
El novio llego antes, con todos los invitados o antes con todas las cosas de la boda, miraba sin parar su reloj, buscando el tiempo, que se había detenido desde el día en que ella le dijo que se casaría con él.
Ella llego, el la miro, ella sonrió al verlo.
Escucharon la misa juntos. Callaron todos hasta los santos de yeso en los altares. Y la luna que había caído en el agua bendita alumbraba esa noche. Y soltaron a los gallos para que cantaran y despertaran temprano al pueblo.
Y los casaron. Los casaron. Y hubo la más grande parranda del mundo. Orquestas toda la noche. Y llovió y hubo truenos y rayos. Y se mojo todo.
Y los recién casados lejos muy lejos siguiendo en su auto a la luna de aquella noche fantástica hasta el amanecer.
Y los casaron. Los casaron. Y hubo la mas grande parranda del mundo. Orquestas toda la noche. Y llovio y hubo truenos y rayos. Y se mojo todo.
Y los recien casados lejos muy lejos siguiendo en su auto a la luna de aquella noche fantastica hasta el amanecer.