A un país encantado
que está muy lejos de aquí
van llegando, por las noches,
los niños de todo el mundo;
pues a ese país lejano
sólo se puede llegar
navegando entre las nubes,
en la nave de los sueños,
más allá de las estrellas,
con la fantasía infantil.
Allá, llegamos a un bosque
iluminado por la luna,
de árboles majestuosos
en los que viven gigantes
cuyos brazos son las ramas
y el follaje, sus cabellos
que se mecen a los vientos
cálidos del mes de Abril.
Ese bosque está habitado
por criaturas misteriosas:
por lechuzas vigilantes,
por osos y por marmotas,
y por aves muy hermosas
que parlotean, jubilosas,
haciendo viajar sus voces
hasta regiones remotas.
Las manadas de unicornios
y el rebaño de pegasos,
retozan entre los bosques
en completa libertad;
y los mansos corderillos
deambulan por la pradera
en una eterna primavera
de dicha y serenidad.
También hay zorros, venados,
y unos pequeños roedores
que viven en madrigueras;
hay árboles y palmeras
de muy variados colores
y helechos empenachados,
pero no hay bichos malvados;
todos, plantas y animales,
son buenos y encantadores.
Por las noches, en silencio,
mientras duermen las criaturas
en la densa obscuridad,
surgen, danzando, las hadas
que iluminan con sus luces
erráticas el follaje;
y salen por un pasaje
los gnomos, de la espesura,
desde sus ocultas cuevas,
admirando, en su hermosura,
a las hadas y su ropaje.
Una grandiosa cascada
se despeña de las rocas
en un estanque espumoso
de aguas claras, cristalinas
y en su lecho luminoso
los gnomos juegan, festivos,
traviesos y fugitivos,
con las inquietas ondinas.
Transcurre, lenta, la noche
señoreada por la luna
mientras los niños, dormidos
en sus camas o su cuna,
le dan color a sus sueños
y se trasladan, risueños,
en su inocencia y ternura,
al reino de FANTASÍA,
al país de la aventura
y su nocturna sinfonía.-