Rapsodia del Fuego Vital

Hay un tambor en las palmas del alba

que en las venas repica su canción salmódiga,

golpea el costado con furia de ola

y ordena: «¡Rompe el caparazón del miedo,

bebe el licor solar de las colinas

y quema en tu pecho todo lo que has creído!»

Quiero morder la pulpa de los instantes,

trepar guirnaldas de veranos fragantes,

ser raíz que agrieta mármol ancestral

y en la hendidura alzar un bosque triunfal

coronado de musgo y cicatrices

donde bailan los ecos de mis ciclones propicios.

Danzaré en las brasas del horizonte ardiente,

tejiendo con mis pasos un himno precedente,

llevaré en los tobillos cascabeles estelares

y en los labios el zumo de trigales volcares

que incendian su oro contra el crepúsculo vano

mientras canto el estribillo del tiempo humano.

No me bastan las alas de mariposa efímera:

ansío el vértigo azul del halcón en la quimera,

la sal que grita su fuga hacia el mar indomable,

el río que talla cañones en roca implacable

y escribe con persistencia su épico destino

en el pergamino húmedo del continente antiguo.

Beberé los aguaceros de todos los abriles,

coleccionando auroras en iris juveniles,

sembraré en mis huesos semillas de erupción

que al reventar entonen: «¡La muerte es ilusión!

Somos lava que canta, somos rayo que expande,

surcos donde el universo siembra sus demandas».

Dame el vals de las olas en noches insomnes,

el merengue furibundo de hojas en éxtasis nones,

el bolero del fuego lamiendo la leña

y la salsa del viento en la selva cosecha.

Viviré con la audacia de enredaderas tigres

que convierten murallas en selvas de vértigo.

Si algún día la tierra me reclina en su lecho,

busca mi pulso en el río, en el viento acecho,

seré rayo que parte las nubes en duelo,

semilla que convulsa el útero del suelo,

canción que germina donde otros clavan losas:

¡La vida es una sinfonía que nunca reposa!