Ya aparecieron los cadáveres,
esqueletos indefinidos,
tierra, polvo, cenizas,
todo junto. un sin sentido.
Que más da que fueran diecisiete
o trece, cuando uno sólo de ellos
constituye la mayor de las infamias.
Eran hijas, madres, hermanas,
esposas con ideas definidas,
contrarias a sus verdugos,
sin dobleces al defender a los suyos.
Lucharon por una mejor vida
sin pretenciones ni codicia.
Sin saber que tras el muro del cementerio
las esperaban los fusiles
de cobardes escondidos,
de seres sin alma que violaron
su dignidad y sus principios.
Derramaron su sangre en total libertinaje
para viajar en coches blindados
y pasear bajo palio junto al obispo.
Que más da que fueran trece,
diecisiete o un número indefinido,
cuando uno sólo de esos cadáveres,
rosas cuando estuvieron vivos,
es una vergüenza, una piedra
al cuello de su vil asesino.