Un enigma incorpóreo enmudece
cuando mi sola inquietud
intenta, mediante divagaciones,
nublar la vista de lo evidente.
Mis ojos intentan guiar
mi razón hacia lo intangible,
sumergiéndola en un mundo lejano,
en una utopía inalcanzable,
en un imposible de sueños e ilusiones.
Pero, al chocar con la realidad,
los sueños se desvanecen
como un espectro
iluminado por la idea.
Entonces, sólo así, me resigno
ante mi condición de mortal
y trato de aprovechar el aire
que me ha tocado respirar.
De repente, una ráfaga de frío
estremece lo más profundo de mi alma,
al descubrir la ínfima posibilidad
que tenemos de perpetuar nuestro presente
viendo que el tiempo no se detiene,
como si, liberándolo de gruesas cadenas,
lo hubieran dejado escapar,
perdonándole su triste existencia.
Así, el infinito se hace próximo,
como un punto vencido
por la consecución de un fin
y yo, aquí sentado,
entremezclado en un clima de éxtasis,
intento buscar el sentido
de todo lo que viví.