Mi corazón es la campana de una iglesia
en ruinas, que es mi cuerpo, abrojo como del campo;
el trigo de mi dicha lo anega la avena loca
y la campana suena herrumbrosa y deprimente
latiendo como las hojas del ciprés del cementerio.
Yo antes era feliz -no sólo cuando de niño-;
mi piel era frescor de pinos de montaña
y más que todo me gustaban por el camino de tierra
las procesiones de gusanos para apedrearlos
imaginando que eran convoyes enemigos.
Teníamos -amigos borrosos en mi memoria- hogares
de plataformas en las copas de los pinos
que nos recibían con delicia de abuelos
hacia lo nuevo, con sus dedos y acogedores brazos.
En San Juán los traicionábamos para la leña,
pero ellos nos eran fieles, ¡ahora lo comprendo!
Nació Barcelona tanto para mí como yo para ella,
aunque una era ciudad y el otro persona;
persona yo ciudalizada y ciudad personalizada ella.
Como dos amantes frustrados nos separamos
y en el Sur prolongué un hogar que se me quedó
muy arriba sobre las copas de los pinos.
Hace años que tengo olivos sin orugas procesionales;
no obstante, busco nidos de tórtola y de jilguero
y me baño en un río medio seco pero lleno de barbos
y la sierra -mi sierra- del Torcal con su altitud
me ayuda a saborear mi inventiva ante su magia.
Rebusco en su arte una huella de Dios en su roca
torturada, como un mal sueño de niño impúber.
Si en algo soy feliz es porque creo en su grandeza
y en el fondo ella, como los pinos, me sirve para
elevarme, elevarme sin margen ni aduanas,...
universalmente.
Sé que ella me abrirá su puerta si algún día la
esperanza yace... <> <>
Mi corazón es un cristal con ganas de brillar
pero a veces está empañado por lo que ha de venir
pero contento, nostálgico
por lo venido.
pio espejo