Cuando yo me vaya
sumergida en mi nada,
todo se habrá consumado
en mi destino, definitivamente;
y sin embargo, las nubes continuarán
llegando en angelicales procesiones.
Seguirán floreciendo los almendros
en el campo, y otros, en cualquier parte,
sembrarán la flor del desengaño.
Me habré ido al lugar de nunca más,
a la inmortal aventura,
al paraíso prometido;
y solamente habré existido
mientras sea una remota imagen
en el recuerdo de los míos,
que estará en el límite del abismo final.
Y seré brasa convertida en aire,
en afonía, en reposo,
en cenizas de mis sueños
horadando el silencio.