SEÑOR DE SU DESTINO

S E Ñ O R D E S U D E S T I N O
Mi carreta me llevaba
por donde yo no quería,
la reata entre las mulas
amenazaba romperse.
Mal sentado en la traversa
mi cuerpo se estremecía,
saltábamos sobre piedras,
aplastábamos arbustos.
Un perdiguero salvaje
hizo desbocar mis bestias.
Yo gritaba, yo gritaba
hasta romper mi garganta.
En la bolsa, mis vasijas
se ensañaban con los odres
que sangraban de buen vino
subrayando en roja sangre
el paso de los rodales.
Una roca en el camino
partió en dos la pezonera,
por sujetarme al varal
las riendas se me escaparon.
Liberadas de su carga
vi a las mulas alejarse.
Mi carreta embarrancó
entre un árbol y un peñasco.
Molido por la carrera
me senté en el duro suelo.
No sabía dónde estaba,
vacía estaba mi mente.
Minutos de soledad,
silencio profundo en torno.
El sol cogía carrera
para bajar a su tumba.
El silencio lo rompieron
los gritos de un cuervo negro.
Volaba de rama en rama
riéndose del peligro.
Sabía que con sus alas,
cualquier riesgo vencería.
Sus graznidos encendieron
la actividad de mi mente.
“¿Seré yo menos que un cuervo?”
Acabé de reventar
un pellejo de buen vino,
lavé mi cara y bebí,
y al beber sentí la vida
que despertaba en mi pecho.
Sacudí los brazos muertos
y las piernas doloridas.
“¡Soy yo mucho más que un cuervo
tienen más fuerza mis alas.
No hay peñasco que me aplaste
si logro creer en mí!”
Recuperé mis dos mulas,
puse en marcha mi carreta,
mientras hacía camino
mi mente se complacía
en pensar que cada hombre
es señor de su destino.