En Memoria a mi primo José Antonio Jarel
Ahí estaba su cuerpo inmóvil. Estaba cerrado el féretro completamente. Nunca pudimos ver su rostro en pedazos; su cuerpo rígido, su lágrima dormida. Estábamos ahí, esperando la misa, esperando el último adiós; un adiós precipitado, mudo, sombrío.
Si triste fue su partida más triste fue esta despedida bajo el sol, entre murmullos, sin una flor.
El no lo merecía; no merecía un final tan frío, tan lúgubre.
Marchó de prisa y así de prisa fue su entierro.
Estaba allí entre los que les quisimos y los que no le amaron. Ahí yacía tapado, ahogado en el sollozo ajeno. Tal vez él estaba triste por la indolencia, triste porque su ataúd estaba sin una flor.