ECO
Vadeando sobre el olvido que nos fluye
y nos moja de ayeres,
lento, con mis pisadas sobre el paso
lento de aquella tarde,
como astronauta en el espacio ingrávido, yo me perdía en el recuerdo ingrávido
de un beso que arrojaran al vacío.
Allí acababa el eco
de ese misterio arcano de la voz
con la que convirtiera un nombre propio
en el misterio de mi propio nombre.
Allí, sobre la sombra de una sombra que se cierne sin peso
sobre la pared sólida del tiempo,
allí acababa el eco;
y el alzheimer labraba sus estragos
en las aristas frágiles del tiempo.
Barriéndome el pasado con sus hojas caídas,
el viento de la tarde me venía
como una abandonada respiración de niños
que tienen quien les vele.
Y el viento de la tarde
fue la melancolía, la almendrada
tiernamente en sus ojos,
la que arrasa horizontes en su ausencia,
la que arroja la plétora a una charca.
Y mis pisadas eran sólo el tiempo
que el tiempo me robara
en un crujir ansioso de hojas secas.