Silencio

Es el fuego que no arde, mas palpita,
brasas mudas que en la sombra duermen,
eco antiguo de una voz bendita
que el viento calla y el alma recuerda.

Es el viento que no sopla, sino escucha,
inmóvil como un velo de misterio,
mientras el pecho en cenizas se apura
y el corazón se consume en silencio.

Es el puño que no hiere, mas retiene
el aliento del mundo entre sus dedos;
el grito que en espinas se conviene,
y el río de palabras bajo el suelo.

Palabras que, cual savia subterránea,
corren ciegas por túneles del alma,
nunca vistas por la luz profana,
jamás nacidas, jamás dichas, calladas.

Mas también es el suspiro que se ahoga,
dulce vino sin copa, sin destino,
amor que el labio en secreto aboga
por no quebrar el cristal del destino.

Es el agradecimiento que no clama,
sino que alza una mirada al cielo,
cuando la paz tras la tormenta llama,
y el campesino besa el suelo.

Con manos que conocen el milagro,
no del tiempo, sino de su paso,
sabe que todo don es un lagarto
de eternidad disfrazado de espacio.

Y cuando la noche envuelve al mundo
en su manto de sombra y de vértigo,
el silencio se vuelve profundo
puente de almas, sendero místico.

Por él cruzan desnudas las esencias,
sin máscara, sin nombre, sin temor,
solo ecos de antiguas conciencias,
resonancias de un eterno rumor.

Allí, donde el tiempo se deshace,
hablan los muertos con voz de cristal,
y las estrellas sueñan en su acecho,
soñando al hombre original.

Y el universo, en su boca infinita,
guarda el secreto que nadie nombró:
que el silencio no es ausencia maldita,
sino el útero donde todo nació.

Es el seno oscuro de lo que existe,
la palabra no dicha, el canto en raíz,
la fuente de donde brota el aliste
y el misterio que nunca se escribe.

¡Oh, silencio! Madre de lo eterno,
vientre de luz, cuna de lo inmortal:
tú eres el canto del mundo que no ha muerto,
el primer latido del universo animal.