Síncopa del Espanto

No es música la algazara, es un martillo en el sien,
un cristal que se hace añicos contra el alma cada instante.
La fiesta es un aquelarre de gestos vacíos y dientes,
donde cada carcajada es un cuchillo punzante.

Y la estupidez ajena, tan campante y tan ufana,
es un vaho que empaña el espejo de la razón;
un aullido de chimpancé en la selva más profana
que hiela la sangre quieta de mi propio corazón.

¡Cómo cansa esta farsa de espejismos y caretas,
este bailar sobre el filo de la norma y el deber!
Tejer cada palabra como trampas imperfectas,
y reír cuando el espíritu sólo ansía fallecer.

Y ellos, con sus buenas intenciones ciegas y toscas,
me señalan con el dedo desde su bullicio feroz:
«¿Por qué no sangras alegría? ¿Por qué no sigues las toscas?
¿Por qué tu luna llena opacas con tu luz?» ¡No, por Dios!

Vivo en un mundo prestado, de un material que me agravia,
donde la sombra se impone y dicta su vulgaridad.
Y ser luz en esta gruta es la condena más brava:
apagar mi propio astro para no cegar su ceguera,
para no ofender a las tinieblas con mi ansia de verdad.

Así voy, navegante de un océano de espanto,
con un faro en la frente que debo ocultar con un velo.
Carcomido por la gris prédica del otro tanto,
llevando un universo entero como mutuo desconsuelo.