Recuerdo que por lograr tu vil capricho
vulneraste mi voluntad y me engañaste
me llevaste a esos sitios prohibidos
“que nada me pasaría”, aseguraste.
A un Motel del camino te desviaste
aquellos que ocultan lo clandestino
escogiste un cuarto sin preguntarme
y fue para ti, juego de niños.
“Para conversar tranquilos” ¡burdo engaño!
y por más que me negué, tú no escuchaste a pesar de mi resistencia y mi ruego
me llevaste a ese lugar, aquella tarde.
Mi timidez la disimule con gran altura
pero mi incomodidad me hacia presa,
me senté en la cama con soltura,
tu te regocijabas en tu proeza.
De conversar de que, me preguntaba
pero intente llevarte al buen camino
mas, tus manos inquietas me despojaban
de todo lo que era mi vestido.
Desnudos los dos sobre ese lecho
cerré los ojos y me dejé llevar
cubriste de besos todo mi cuerpo
y penetraste sin pausa en mi fragilidad.
Me abrace a tus excesos ya entregada
sabiendo que pronto habrías de marchar,
y que aquellas caricias que robabas
seria mi regalo por tu amistad.
Si bien de ese momento nos reímos,
confieso que tu osadía me hizo vibrar
y que a pesar que tomamos otros caminos, al evocar tu nombre tiendo a temblar.