Tan solo soy el señor de los fierros,
este momento intuí desde niño;
no tengo cetro, ni trono, sí armiño.
El pequeño imperio está entre altos cerros.
Mis pies descalzos, las manos vacías,
los que poseo, llevo en mi memoria.
La lanza de luz azul es de gloria
emerge alegrando los nuevos días.
Allí los vientos susurran rozando
las mejillas cual caricia de madre,
en esta esfera todo es redención,
siempre se oye a querubines cantando,
no hay gritos que al sentido taladre.
Cada ser define su convicción.
Autor: Alcibíades Noceda Medina
Precioso soneto con aroma a Martín Fierro, he leído a José Hernández. Me ha sorprendido mucho hoy tu soneto, aunque tengo que decir que me sorprendes muchas veces. Mi alegato de defensa no era para echar leña en ninguna hoguera…parece que aún no me conozcas, aunque sea por leerme. Tú no me supones ningún dilema porque te leo desde mi poco conocimiento de la poesía y mi crítica poética no debe despertar nada, me gustas como escribes y punto. Mariel