La mano suave mitiga la pena,
de aquella herida que nunca se olvida,
tengo en mi frente la marca señera,
de unos desdenes caprichos de niña.
Se ha restaurado el amor en mi pecho,
era tan dulce la voz que llamaba,
muy lentamente levanto la vista,
puedo correr a otros brazos de nuevo,
ya las heridas cerraron su cauce.
Están mis sienes y pecho tranquilos,
las turbulentas oleadas se fueron,
ya desperté de tan largo tormento.
Pregonar quiero mis cantos al viento,
en las quimeras se encuentra la dicha,
son misteriosas las formas de amar,
y la esperanza resurge de nuevo.
Lupercio de Providencia